A propósito de un poema de Juan Carlos Céspedes Acosta.
Esta será una
información sucinta, ya que está redactada para mis lectores en facebook.
Debido a que casi toda mi vida la dediqué a la cátedra de postgrado en el
INSTITUTO CARO Y CUERVO, la PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA, la UNIVERSIDAD
PEDAGÓGICA NACIONAL, la UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS y, como profesor invitado, de
las Universidades del Quindío, de Nariño, de Pamplona, de Cartagena…, tuve
ocasión de investigar sobre las Poéticas, ya que el campo de mi preferencia fue
este y, en especial, el de la Poética Semiótica.
Así, logré abstraer y
darme cuenta de: Que hay varias categorías de Poéticas; que la mayoría de estas
tienen por fundamento la de Aristóteles; que esta es la que ha sido dominante
en la literatura, pero, aunque muchos lo desconozcan, la Poética Connotativa o
aristotétlica no es la única. De las categorías que logré establecer, adelanté
un corpus bibliográfico amplio, con soporte de datos y citas pertinentes. Mi
segundo libro, POÉTICA CONNATIVA O ZEN, presenta esta Poética, totalmente
distinta a la de Aristóteles y sus derivadas.
De todas ellas,
habiendo muchas propuestas notables, unas de las que más parecen aportar son
las de Roman Jakobson, Gérard Genette y Ezra Pound. Me referiré rápidamente a
la propuesta de E. Pound, cuyo texto poético es también muy breve. A partir de
ella, expondré algunas apreciaciones personales. Este autor, a pesar de su
infortunada metida de pata facista, es uno de los cerebros más originales,
tanto en la teoría como en la creatividad poéticas. De su guía surgieron tres
premios Nobel, T. S. Eliot entre ellos.
Concretamente, mi
interés se sitúa en su división de la poesía en
MELOPEA, o
“capacidad de generar ritmo y melodía”;
FANOPEA, o
“capacidad de crear imágenes”, y
LOGOPEA, o
“capacidad de transmitir ideas mediante las imágenes que crea” (Ver Ezra Pound,
El arte de la Poesía. México: Joaquín Mortiz, (1970) 1983).
(Cont.).
2. La poesía GNÓMICA
o sentenciosa, de Salomón, el Rabino Dom Shem Tob, Platón, Laotsé con el
Tao-Te–King, Horacio, Hölderlin, Quevedo, Roberto Juarroz, para no mencionar a los
demás poetas de ideas ingleses, rumanos, alemanes, mexicanos, uruguayos y uno
que otro colombiano, de esta misma estirpe, corresponderían a la LOGOPEA, que
es poesía mental, como el conceptismo de Quevedo, de palabras asequibles, pero
de conceptualización muy distante de la intelección o entendimiento fácil. Generalmente,
en esta poesía el pan no es pan, ni el vino es vino, pues abunda el sentido ‘en
abismo’.
Esta es la poesía
más usual porque supuestamente es la que se deja leer. No obstante, se deja
leer fácilmente en una articulación, pero no tan fácilmente en la otra, la del
sentido. EL PRINCIPITO se deja leer, pero vaya uno al sentido y allí la cosa es
a otro precio, por ejemplo.
Por aberración,
desviación o envilecimiento del oficio, muchísimos emplean demagógicamente esta
variante para escribir editoriales, discurso político pero pura basura poética.
Los que aplauden son los del círculo de la ñerocrítica.
Por mi cuenta diría
que a esta poesía del Logos podríamos considerarle su envés, la que denominaría
poesía del Álogos, arte ya no del logos, sino del no-logos o álogo. Hay arte
alógico.
Epicuro en su
EPÍSTOLA A MENECEO (texto que bien podría estimarse como precurso de la
Semiótica) nos habla de una “frontera de ebullición”, en la cual “los sentidos
ablandan la realidad”. Se refiere al umbral de percepción entre el ser humano y
la realidad, en donde, por virtud de los sentidos, el ser humano aprehende la
realidad y se la trae a la conciencia mediante eso, los sentidos. La frontera
externa, ‘dura’, se ‘ablanda’ sensorialmnte al volverse humanizada, realidad
subconsciente o interior.
En esa ‘frontera’,
las percepciones no son nítidas, pues no hay todavía un correlato o patrón
orgánico que les dé figura, cuerpo de identificación. Lo que allí uno aprehende
–según el genio de Epicuro- son imágenes ‘primordiales’ que, por ser así,
recién sorprendidas en la red, son “incorporales”, esto es, sin cuerpo todavía,
en cuerpos embrionarios, translúcidos, que perfectamente se atraviesan entre
sí, como las imágenes que sobreaguan en Renoir y, en general, en el
impresionismo o aun en el cubista Braque. Esto es, a mi modo de ver, álogos,
arte de incorporales y, por tanto, prefigurativo o apenas cuasi-figurativo.
Las menciones a los
pintores nos hacen ver que los escenarios del origen también pueden inducirse
desde las barandas del presente, mediante el silencio y el mantram, así como
mediante estas propuestas artísticas, que también se dan en la literatura. El
lenguaje es, no solo un instrumento de comunicación, sino también de la
incomunicación. Con el lenguaje –lingüístico o semiótico- podemos decir lo
comunicable y lo incomunicable, el logos y el álogos. El teatro Noh del zen, por
ejemplo, es sin libreto ni argumento, guiado mágicamente por el azar de la actuación.
De ahí sale Esperando a Godot, digo yo.
Las vanguardias, por
lo gneral, nacen álogos, pues no son asequibles de entrada; pero voy más allá,
a la literatura de la llamada “corriente de la conciencia” –Virginia Wolf,
Joyce, Beckett, Lezama Lima, Elizondo-, cuyo caso más a la mano es el monólogo
interior, que no es lo mismo que soliloquio. El monólogo interior no es
discurso lógico sino alógico, pues su escenario es el discurrir
caótico y sinsemántico del sub o inconsciente del personaje. Por esta puerta,
el arte nos devolvió felizmente al caos o instante de los orígenes.
Visto entonces de
este modo, podríamos considerarlo como de la familia de la Logopea o, si se
quiere, su transgresión, o sea, como la “oveja negra” del arte poético logopea.
3. Creo que en esta
misma categoría podríamos situar a ciertos poemas que, como los de St. Mallarmé
–su poema Sainte-, Saint-John Perse, entre otros pocos, en los cuales la
poeticidad estriba en borrar la comunicabilidad de la palabra hasta dejarla en
el vacío: El empleo de las palabras para borrar las palabras, feliz y audaz
“Poética del silencio”. Según R. Barthes, el holandés Saenredan pintó
silencios, rincones de iglesias en silencio.
Esta logopea del
silencio –o del “undoing”, en la poétic de Samuel Beckett- es obra de genios,
de maestros, “pa machos”, como dirían los académicos. Para saber callar hay que
haber aprendido a hablar. Contrariamente a lo que se cree el poeta chapucero, para
saber transgredir el protocolo hay que conocerlo. Al descifrarlo, el intérprete
debe saber, a su vez, cuál es el canon transgredido para sacar en limpio la
propuesta de vanguardia creativa. Sé de casos de lectores, incluso reputados de
cultos, que, después de haberle estado buscando el ‘sentido lógico’ a uno de
estos textos, tiran el libro con tal cual centener de palabrotas. Se ponen a
buscar la solución por la vía del sentido recto, cuando de lo que se trata es
del no-sentido, del sinsentido. Si fueran menos dogmáticos, podrían darse
cuenta de que también uno está lleno de información caótica, de discursos como el
de algunos sueños, por ejemplo, que ni uno mismo entiende. A veces, se nos da
por hablar solos, sin ton ni son, o resultamos asociando una cosa con otra sin
ninguna relación aparente. En el ser humano abunda más la información inconsciente,
subconsciente o paraconsciente que la normalita de la conciencia coherente. Nos
hemos habituado a vivir cómodamente en esta y dar por sentado que la otra no es
cosa nuestra sino de los artistas chifloretos. Digo entonces que, por habernos
engolosinado con el tal Lógos, olvidamos que, así como el Caos es anterior al
Cosmos, la conciencia alógica o del álogos es muy anterior -y también real- a
la del logos.
Dejo a la
averiguación del lector los demás casos poéticos postulados por Ezra Pound.
Esta era la
declaración que le debía al distinguido poeta amigo, don Juan Carlos Céspedes
Acosta, en venganza por el poema que me dedicó.
<>
Otto Ricardo-Torres.
Casa Esenia, julio 2
del 2015.
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